No es la ciudad y sus luces, esto
ni siquiera es la ciudad cuando muere.
Ni es el viento
que entra por la ventana
para frustrar la soledad
con el vaivén de las cortinas.
Y tampoco son las paredes que caen
-caen-
ni la danza de metales
que mi respiración atrapa.
Tampoco son las pinzas de color de cuarto oscuro
que con sordo afán
traen intermitencias de brillantina
y las pegan contra la pared.
No. No me sale precisar la noche.
sino recién cuando el amanecer
recoge las palabras arrojadas
en los rincones de la habitación:
y el día les saca esa capa balncuzca:
los restos de la espuma de un mar
que fue bravo.
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