miércoles, 28 de mayo de 2008

¡Cómo te gusta demasiarte por el cuarto
acuñar tu cuerpo de metafóricos,
recitar tus tetas todas las mañanas
y aullar los labios de multicolores!
¡Cómo, llevar a las manos
las ciudades de tu frente
y desparramar por el piso
las ruinas de la gramática.
¡Y tu fragancia que empapela
como una lujosa la pared!:
con ella me ensaño cuando muerdo
el carancho de tu destino y llego
a los agujeros de lo visible: estrellas
que desconsideran a mis ojos
la posibilidad de descanzar y paso la eterna
buscando cráteres de vos: pajarito desarmado.
(así si te vas de casa, puedo secretear con las púdicas
que se esconden bajo tu fría y voluptuosa.)
No es la ciudad y sus luces, esto
ni siquiera es la ciudad cuando muere.


Ni es el viento
que entra por la ventana
para frustrar la soledad
con el vaivén de las cortinas.



Y tampoco son las paredes que caen
-caen-
ni la danza de metales
que mi respiración atrapa.



Tampoco son las pinzas de color de cuarto oscuro
que con sordo afán
traen intermitencias de brillantina
y las pegan contra la pared.



No. No me sale precisar la noche.
sino recién cuando el amanecer
recoge las palabras arrojadas
en los rincones de la habitación:
y el día les saca esa capa balncuzca:
los restos de la espuma de un mar
que fue bravo.

viernes, 16 de mayo de 2008

Ayer planearé volver a la ciudad
en la que mañana te escuchaba entrar a la habitación
(otra noche sin dormir) con rocío en los bolsillos
y niebla en la garganta.
A la ciudad que hubiera podido ser
algo más que estas casitas de luz
recubiertas de una capa blancusca
que veo flotar en mi cuarto cuando la oscuridad
empieza a amanecer de este lado del mundo.
En medio de un bosque blanco
nevado de momentos blancos
con frutos blancos y sonidos blancos y montañas
con cimas blancas y ramas recubiertas de hielo
(el rayo de un Dios
que también se volvió blanco
al estrolarse contra el suelo)
veo mi reflejo en un lago de dientes
obsenamente blancos que se disponen a morderme
cuando me conduce la nostalgia de una despedida
que no flota me atrapa el paladar de un cuenco
de cristal y yo con unas pocas flores de lúpulo
en la mano me voy volviendo hundida
en los sedimentos chupada por la tierra
mojada regenerada en el peligro de otro paisaje
mientras me sigo preguntando
si yo soy yo o la que fui
o el deseo movedizo
de los colores del mundo

La protección de los besos

Formas húmedas, inquietas,
con conducta de hormigueo
me protegen del sol raso
(circundado por insectos aplastados
por la roja reumatología
de los estrellazos contrafísicos)
y del peso feroz de saber
cuánto pesan las sogas también rojas
sobre las que se apoya nuestra cama.
Mejor sin palmas de flores
mejor sin yemas de estrellas
mejor sin nudillos-caracol.

Mejor esta mano
justo justito justitito
ésta que por ser tan mano-mano
pide ser celebrada
(algunas noches)
en el festín mimético con el mundo.
Justo la que tenía pegada en
cuando iba a decir que
hasta que de pronto me distrajo la
y yo me pregunté si
y después agarré un
que siempre es bueno para
y cuando mirando a
la vi caer desde
realmente se me alivió la
Con la yema de los dedos
salpicás tantas estrellitas sobre mi espalda
que me duermo
bajo un cielo intermitente.
preguntás:
¿pinzas?
¿allá?
¿cerca?

te respondo:
como ponzoña
como punzante
como tijeras
como atrás del cielo
como vaivén
como con filo
como de rayos
como rasgado

te respondo:
como un fugitivo
al que ninguna metáfora
atrapa.
Por eso vos
(siempre de espaldas)
mirás por la ventana.

Por eso el viento
que entra a la habitación
mide la distancia que tensa
nuestra cama con el algun detalle
de afuera.

Por eso con los ojos
buscás un lugar
allá
lejos.

Por eso el mundo
es lo que vos ves.

Por eso la sombra que te abraza
desde atrás
se está hundiendo
más
cada vez más.

Por eso
hasta caerse
(sola)
en la cavidad de la noche.
Me atrapaste
te salté
pero acá estoy
-¿dónde?-
acá ¿no me ves?
volví
a visitarte
a recordar.
Fui astuta:
creiste que me perdí
pero no
te dejé
pero volví
a buscar tus nudos
que se enriedan en mis dedos.

Acá estoy.
¿no me ves?