miércoles, 3 de marzo de 2010

Tampoco si digo
un desierto rojo
de soles calmo mi sed
ni la piel que huelo en las letras
deja de rodar
en incisivas pequeñas llamas
que caen de la misma piel sobre la misma piel
en la misma piel y dentro de ella
así adentro mi sed frutos maduros
a punto de estallar
frutos que queman pinceles del fuego
a sus carnales presas y se consumen
en la suavidad de las cascaras moradas
y necesitan abrirse de si pero se repliegan de placer
en el placer de las incisivas llamas doradas
que queman que hieren que detienen
el curso de las estaciones.
Eternidad, hilandera
que hilvana en el cuerpo
los fuegos divinos.

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